Sunday 21 October 2012

Welcome to your first job


No recuerdo dónde escuché eso de que tu primer trabajo tiene que ser horrible, pero creo que es verdad. Claro, trabajo formal, no servir frozen yogurth en el centro comercial mientras estudias prepa o esa clase de empleos que salen en las películas de Disney Channel y que te hacen creer que la vida apesta. No: yo hablo de tu primer trabajo después de la universidad, cuando crees que estás lista para comerte al mundo.

Cuando me gradué de Wellesley, mi espíritu era como el de protagonista de chick-flick hollywoodense. Me quería mudar a Nueva York, conseguir una pasantía increíble en una editorial o un periódico, escalar puestos rápidamente y ser súper exitosa antes de llegar a los 30. Bang. Mi plan era a prueba de bombas. Pero claro que el destino entró en la jugada y mi plan de fue al demonio, pero entonces recordé que nada bueno puede venir sin que llegue algo malo primero. Fue así como decidí internarme en la jungla de concreto, con muchas copias de mi currículum en la bolsa y todo el aplomo que poseía.

La espera es lo más doloroso que existe, sobre todo cuando estás sola. Y sí, mi mejor amiga era mi roomie y mis papás estaban a una hora de camino en tren, pero no sabes lo que es la soledad hasta que pasas los días viajando en metro, rodeada de extraños, entregando CVs en las recepciones de los edificios mientras tú estás segura de que es inútil porque las tipas tienen cara de que van a tirar tu carpeta al basurero tan pronto te des la vuelta. La frase “Nosotros te llamamos” es lo más triste que puedes escuchar. Te abate entera.

Pero decidí no rendirme sin pelear. Busqué espacios como freelance en revistas universitarias y los conseguí. Empecé a salir con Maggie para poder hablar con otras personas; ella es artista plástica, así que tal vez sus amigos podían conocer a otras personas y justo así fue. En una fiesta conocí a un chico cuyo mejor amigo tenía un roomie que llevaba poco tiempo en una agencia de publicidad y les urgía una correctora de estilo. Como eso me sonó a trabajo, me comuniqué con el susodicho a primera hora de la mañana. Al parecer sí estaban muy necesitados de alguien, porque quisieron que me presentara ese mismo día para una mini-entrevista. ¿Quién era yo para juzgarlos si tal vez terminarían pagándome? Me arreglé y llegué pronto en metro, no había mucho pierde.

Era un negocio pequeño, se notaba que llevaban poco tiempo en el mercado, pero el lugar parecía agradable. En cuanto entré, un muchacho se me acercó:
–¿Puedo ayudarte en algo?
–Me pidieron que viniera para una entrevista –dije–. Mi nombre es…
–¡Ah, tú debes ser Juliana! –argh, cómo odiaba que pronunciaran mi nombre con su acento estadounidense. Me contuve de soltar un golpe y asentí–: Pasa por acá.

No me ofrecieron ni café ni galletas, pero no estaba en posición de ser exigente. Me senté frente al escritorio mirando a mi alrededor: todo era minimalista, blanco, lleno de luz, muebles contemporáneos. Bonito.

–Entonces, Juliana –ahí estaba otra vez–. ¿Te interesa el puesto de corrección de estilo?
–Sí.
–¿Y tienes experiencia?
–No es profesional, me titulé en junio apenas –era septiembre–. Pero sí podría hacer el trabajo.
–Verás, el puesto lo necesitamos de urgencia, pero necesitaríamos que también desempeñaras funciones de secretariado –mencionó como quien no quiere la cosa. Yo lo miré a los ojos:
–¿Secretariado?
–Sí, ya sabes: contestar teléfonos, enviar correos, ese tipo de cosas. Sería poco, por supuesto, es más bien rutinario, todo hacemos esa clase de cosas, incluso –iba a seguir hablando, pero se quedó estático mientras se escuchaban unos gritos dentro de una salita que estaba a unos tres metros de distancia. Él puso tal cara de pánico y sólo se hizo chiquito en su silla, casi como si quisiera mimetizarse. De pronto todo (y es en serio cuando digo todo, fue TODO) en la oficina tembló:
–¿ES QUE NO SABES HACER NADA?
–¡NO, EL QUE NO SABE HACER NADA ERES TÚ!
–¡SON UNOS INÚTILES! ¡ME HARTA TENER QUE TRABAJAR CON USTEDES!
–¿CÓMO ES POSIBLE QUE TE PASARAS CUATRO HORAS HACIENDO ESE DISEÑO?
–¡EL TUYO NO FUE MEJOR, ES UNA PORQUERÍA!

Dos chicas salieron como echando chispas de la salita. Adentro, dos tipos se seguían gritando, mientras que uno salió y se acercó con quien me estaba entrevistando (dos semanas después supe que se llamaba Adam):
–¿Qué estás haciendo? ¿Ya confirmaste lo que te pedí?
–Sí –¡Dios, estaba temblando! –, y la estoy entrevistando para el puesto de…
–¿Te graduaste de la universidad? –no lo dejó terminar, me miró fijamente.
–Sí. De Wellesley.
–Estás contratada, imprime los papeles y que los firme. Dile todo lo que tiene que traer. Mañana empiezas, 9:00 en punto –y se fue a encerrar otra vez a la salita, probablemente a seguir gritando. Algo muy dentro de mí me decía que debería salir corriendo y nunca regresar, pero ahí me tenían al día siguiente sentadita en el escritorio de mi primer trabajo formal.

A las tres semanas estaba arrepentida. Aunque la decoración de la agencia era extremadamente bonita, el ambiente era insoportable. Los so-called publicistas se gritaban de diario una sarta de estupideces con la que no podía lidiar, todo era motivo de discusión: no se podían poner de acuerdo en el tipo de letra, en los colores, en los diseños, en las frases, ¡en nada! Incluso tenían que pelear por lo que no era trabajo, como la comida que iban a pedir o el hecho de que una de ellas estaba saliendo con uno de la oficina y se había acostado con otra persona (ah, porque era inevitable enterarte de las intimidades de todos aunque ni te supieras sus nombres).

La vida laboral era como un infierno. Primero que nada, porque lo de correctora de estilo era una mentira y los publicistas nunca tomarían en cuenta mis sugerencias o cambios porque se creían los amos del mundo de la mercadotecnia. La verdad es que era su secretaria/recepcionista que se vestía bonito y a la que le gritaban cuando algo no salía bien. Me asfixiaba tanto estar adentro de ese lugar que dejé de enojarme cuando me mandaban a traerles comida porque ansiaba respirar otra cosa que no fueran tensiones.

¿Y para qué me iba a servir todo eso? Para nada. Me limitaba a hacer mi trabajo dentro de la oficina para no amargarme ni sentirme muy adentro de todo. La verdad es que los odiaba, no entendía cómo podían trabajar así y no hacer nada al respecto. A mí me trataban con la punta del pie y qué decir de Adam: era su comidilla. Yo era la inútil, la tardada, la que ni siquiera podía contestar una llamada… no me importaba, porque sabía que no era cierto. Tenía mis pequeñas venganzas en contra de ellos: hacía más tiempo del necesario para ir por sus mandados, me tardaba en el teléfono, imprimía cosas que yo escribía en lugar de sus odiosos memos, tal vez con la intención de que me corrieran o algo, ¡pero no hacían nada! Lo más probable es que supieran que nadie iba a aguantarles sus gritos e insultos como yo, pero  todo llega a su límite. Mi paciencia se agotó en febrero, cuando ya llevaba cinco meses trabajando para ellos. Fue entonces cuando empecé a moverme y llegó la llamada que de la que ya les hablé.

Pero no me arrepiento de haber estado ahí. Aprendí muchas cosas.








No es cierto, sí me arrepiento. No aprendí nada.
Odio por siempre a los “publicistas” de la agencia.
¡Estoy feliz por ya no trabajar ahí!

Friday 13 January 2012

Destiny called me (literally)

A veces me le quedo viendo fijamente a mi celular. Eso siempre me hace sonreír, quizá porque me trae un buen recuerdo. No será el modelo más reciente ni está en perfecto estado, pero le tengo un cariño especial porque me hizo darme cuenta de una cosa: las oportunidades en la vida son como los tiros de una escopeta. Yo mejor que nadie lo sé.

Supe que quería vivir en Nueva York desde que pise la banqueta afuera de Grand Central Station. Era mi cumpleaños y mis papás habían planeado un gran día que incluía compras, teatro y una cena con pizza antes de volver a casa en Boston. Tan pronto me gradué de la universidad pedí asilo a Maggie, quien me acogió en el departamento de sus tíos mientras pagara la mitad del alquiler. La ciudad tenía su precio, pero valía cada centavo y… un sueño es un sueño, ¿no?

Con la primera parte del asunto resulta venía la segunda, ¿cómo iba a pagar la mitad de la renta y mantenerme con un sueldo de recién egresada? Desde que entré a la universidad tenía claro que quería escribir, pero sabía que no iba a poder hacerlo profesionalmente en un futuro inmediato, así que empecé a trabajar en una pequeña agencia de publicidad mientras me las arreglaba para conseguir espacios como freelance en los que pudiera desarrollarme un poco más. Nunca me gustó la agencia porque sólo me tenían para hacer oficios o conectar llamadas, pero no podía darme el lujo de renunciar sin tener otra oferta fija.

Mi salvación llegó en forma de llamada telefónica. Era un lunes de lágrimas golpeando el pavimento y cabellos que se tiñen sin mucho entusiasmo de débil gris; yo huía de los pesados “publicistas” de la oficina para alegrarme el corazón con algo de comida. Mis padres me habían enseñado desde hace año a distinguir los buenos lugares de entre el mar de negocios culinarios que inunda Nueva York. Ya me dirigía al pequeño bistro de Nick a comer mi daily menu cuando escuché que sonó mi celular. No me digné siquiera a mirar la pantalla, pues sólo podían ser Maggie o mis papás, así que respondí:

-Hello?
-¿La señorita Diane Brown, por favor?
-Ella habla.

(No, todavía no estoy segura de por qué contesté eso si ni siquiera me llamo Diane Brown. Pero ahorita hacemos conclusiones, aún es pronto).

-Sí, Diane, hablamos por la solicitud que mandaste a nuestras oficinas y nos gustaría que vinieras a una pequeña entrevista el día de mañana, ¿sería posible?
-Claro que sí, ¿a qué hora?
-¿Te parece mañana a la 1:00 p.m.? 30 Rockefeller Plaza, en la 49, entre la quinta y la sexta. Pregunta en recepción por Josh Pritchett.
-Está bien, muchas gracias por esta oportunidad.
-Es un placer. Hasta pronto.

Tuve que esperar hasta que me senté en una de las mesas del restaurante para poder procesar el asunto. ¿Qué acababa de hacer? En primer lugar, había contestado un número desconocido, pero eso era lo de menos porque son tan pocas las personas que me llaman que ansío hablar con alguien más. Pero volviendo al tema, ¿Diane Brown? ¿Quién demonios era Diane Brown y por qué me hablaban a mí para preguntar por ella? Obviamente habían marcado mal el número, pero ¡qué puntería de dar con el mío!

Mientras esperaba que me trajeran la sopa de queso y tomate pensé en lo que acababa de hacer. Había pretendido ser alguien a quien de ninguna manera conocía. Había aceptado ir a una entrevista de trabajo para la que no había aplicado. Me aterraba la naturalidad con la que respondí a las preguntas del interlocutor, sin titubear nunca. ¿Acaso me había convertido en un monstruo?

Las conjeturas de mis acciones siguieron revoloteando en mi cabeza hasta el postre. ¿Dónde era la dichosa entrevista de todos modos? Tal vez era en un lugar donde no me pararía ni por error como en un banco o una financiera. Empecé a recordar la conversación telefónica: “entre la quinta y la sexta”, “la 49” y de pronto vino a mi cabeza “30 Rockefeller Plaza”. No era posible, ¡no era posible! Yo había contestado una llamada para una entrevista en NBC Studios, me había hecho pasar por alguien más que había aplicado y le había arrebatado su lugar. Un minuto… ¿en verdad era algo tan malo? (¡Por Dios, era una entrevista en NBC!)

De seguro a muchas personas les ha sucedido eso, ¿no es así? Las líneas telefónicas fallan todo el tiempo, si no tomas la oportunidad, alguien más va la aprovechará. Quizás era la manera del destino para decirme que tenía que convertirme en una fiera si quería salirme de ese odioso trabajo en el que estaba: si Nueva York era la selva de concreto y el mercado laboral era como la selección natural, lo que acababa de hacer no me parecía tan descabellado después de todo. ¿O cuántas veces se iban a equivocar de número?

No volví a pensar en la entrevista hasta una hora antes de salir a “almorzar”. Imprimí mi currículum junto con algunos de mis escritos en la oficina –esa clase de actos eran mis pequeñas venganzas contra ellos– y salí disparada en cuanto el reloj marcó la una. Dado que el resultado de la situación tenía altas probabilidades de ser extremadamente malo, decidí que al menos lo haría con estilo: me tomé la libertad de ir en taxi en lugar de tomar el metro como todos los mortales, me arreglé con todas las cosas “buenas” que tenía (incluyendo mis zapatos de $400 dólares, because I’m worth it) e incluso me pinté las uñas. En lo que duró el viaje me puse a pensar en los distintos escenarios que podían ocurrirme en cuanto se dieran cuenta de que yo no me llamaba Diane Brown. Podrían simplemente decirme que me retirara o podrían tomarme como candidata para el puesto, ¿era posible que te ficharan por confirmar que eras otra persona? Digo, había hecho eso, pero no tenía intención de presentarme como ella, sólo inventaría una excusa. Sí, robé un espacio de entrevistas, pero tampoco soy tan mala persona (palabra clave: tan).

Cuando por fin estuve frente al edificio me invadió una emoción especial, algo que ya había experimentado. Respiré hondo mientras cruzaba las enormes puertas del edificio, lista para cualquier cosa que me pudiera suceder. Me anuncié –todavía me da risa usar esa expresión, me hace sentir importante– y de inmediato me llevaron a una oficina donde estuve esperando alrededor de quince minutos hasta que apareció un hombre un par de años más grande que yo, aunque no pasaba de los treinta. Era una bolita de mantequilla con zapatos desgastados y camisa desfajada que primero buscó un lugar entre su atiborrado escritorio para poner la caja de Krispy Kréme antes de tenderme la mano para presentarse como Josh Pritchett, quien me había llamado el día anterior. En ese momento decidí que él me agradaba.

-Bueno,- revisó una agenda que tenía en el centro del escritorio- háblame un poco sobre ti.
-Me gradué hace cinco meses de la universidad, actualmente estoy trabajando en una agencia de publicidad pero no es el área en la que me quiero desarrollar. He hecho algunas cosas como freelance, pero aún me falta mucho.
-¿Y tus pasatiempos? ¿Qué haces cuando no estás en el trabajo?
-Leo mucho. Me gusta perderme en las tiendas de discos, cenar con mis amigos, visitar a mis padres. Cuando tengo dinero voy al teatro. También me gusta mucho el cine.
-¿Qué clase de cine te gusta?

(Sí, para entonces me había dado cuenta que no era una entrevista convencional, pero todavía no se habían dado cuenta de lo que hice y no me estaba yendo tan mal, así que seguí):

-Un poco de todo, pero me gusta el cine oriental. Nunca podría ver mi película favorita en canales de televisión normales. Siempre tengo que verla en cineclubs diminutos escondidos por toda la ciudad o en línea. Se llama The Housemaid.
-Jamás he oído de ella.
-¿Qué? Entonces no sabes nada de la vida.

Es en serio, si no han visto The Housemaid no saben nada de la vida. Y aunque por un minuto creí que ya había arruinado todo lo que llevaba, cuando vi que él sonrió me calmé un poco. Me pidió algunos de los trabajos que había hecho por mi cuenta hundiendo la nariz en los papeles mientras leía, soltando una risita ocasional. Cuando terminó, volteó a verme con expresión amable:

-Esto es muy bueno. Sabía que tenías potencial, pero no que tenías tanto potencial.
-Gracias.
-¿Tienes una copia de tu currículum,- se fijó en la agenda que tenía enfrente- Diane?

¡Diablos! Tenía que llegar el momento de la verdad. Tardé unos momentos en poder alzar la cara para verlo, pero en cuanto lo hice, las palabras salieron solas de mi boca:

-Yo no soy Diane. Es mi roomie y recibió una gran oferta inmediata de otro lugar. Ella me ofreció tomar su lugar para la entrevista.

¿De dónde saqué eso? ¿Por qué seguía diciendo mentiras? La bolita de mantequilla me miraba con una ligerísima sonrisa en el rostro y ojos acusadores (¿eso es posible?) pero no me dijo nada, sólo volvió a pedirme mi currículum. Mis manos temblaban por dentro cuando le entregué los papeles.

-Así que te llamas Juliana.
-Todos me dicen Jules.
-Y por lo que veo, vives en Brooklyn, ¿no?
-Sí…
-Es extraño, porque en la aplicación de tu roommate puso que habitaban en Village.
-Vive ahí intermitentemente.- lo único que se me ocurría era seguir mintiendo hasta verme forzada a decir la verdad- Ahí vive su novio, entonces va y viene. Pero ya se quedó a vivir ahí.
-Estás mintiendo. No creo que sea la gran cosa, así que haré esto muy fácil para ti: toma una dona.- abrió su caja de Krispy Kréme- Es en serio, toma una dona.- agarré una con relleno de frambuesas- Dale una mordida, deja que el azúcar te relaje.- la bolita de mantequilla sabía hacer su trabajo, de inmediato me sentí tranquila- ¿Mejor?- asentí mientras seguía masticando- Ahora dime, ¿qué sucede?
-Ayer en lugar de marcar el celular de Diane, marcaste el mío, supongo que son muy parecidos. Odio mi trabajo y en verdad quiero una nueva oportunidad, pensé que era el destino o algo así. Lo siento.

La bolita se quedó callada un rato con expresión pensativa, como si sopesara diversas posibilidades. Después de unos momentos, empezó a hablar:

-Tienes talento. Tienes mucho talento. El currículum de Diane es muy bueno, tan bueno como el tuyo, pero su material no es ni la mitad de divertido. Siendo franco, no creía que fuera a encajar aquí. Tú sin embargo me demostraste que sabes improvisar, eres espontánea y sincera. Y puedes escribir, lo cual siempre es necesario aquí. ¿Te gusta la televisión?
-¿Qué clase de televisión?- pregunté algo extrañada.
-Televisión, estás en NBC, ¿te gusta el canal?
-Claro.
-¿Sabes para qué es esta entrevista?
-No.
-Necesitan a alguien de planta en Saturday Night Live. Había dos puestos y uno era específicamente como escritor, pero ya se ocupó. El otro es como asistente: tendrías que hacer mandados, traer comida, sobre todo hacer copias, transcribir y también serías parte del staff del programa en vivo. No creo que sea muy diferente a lo que haces en tu trabajo actual, pero es SNL. Te puedo garantizar un sueldo mucho mayor al que tienes actualmente y un mejor ambiente de trabajo. ¿Qué dices?

Yo estaba tan impactada que sólo atiné a decir:
-¿No me vas a denunciar?
-¡Claro que no! Esto sería un problema para ti y para mí, no queremos hacerlo más grande, ¿verdad? Además, ¿qué importa si no estabas en la lista? Viniste y eres mucho mejor que cualquiera de las otras diez personas a las que entrevisté antes que a ti. Ésta es una oferta seria para trabajar en un programa que ve todo el mundo. ¿Entonces?

La sola idea de librarme por siempre de la maldita agencia de publicidad fue tan maravillosa que no tuve que pensarlo mucho tiempo.

-¿Cuándo empiezo?

Friday 16 December 2011

So, job (yeah, right)

Empezamos en media hora y no podríamos estar más retrasados. Ésta es una jungla donde cada quien tiene qué ver por sí mismo, por eso no me detengo cuando mi intento de avanzar a velocidades supersónicas falla (aunque logro tumbar a algunas personas en el trayecto, extra bonus). No, si me lo preguntan, eso no me hace sentir mal: por cada golpe que doy recibo al menos tres a cambio, así que de cierto modo estamos a mano.

¿Mi misión actual? Entregar copias a todos los que estarán en piso. Challenge Accepted.

Camino hacia el pasillo principal, me mentalizo para comenzar mi carrera cuando alguien zumba a mi lado y me empuja contra un escritorio. Siento un dolor intenso en la cadera, pero no puedo perder más tiempo; aquí, los minutos se cuentan con gotero y derramarlos cuesta. 

Aferro con fuerza las copias contra mi pecho y empiezo a correr tan rápido como me lo permiten las punzadas del costado izquierdo. El mundo que se desarrolla a mi alrededor es descifrado por mi mente como algo bizarro: veo gente que se maquilla (no siempre para verse atractivos), escucho voces cuyo volumen aumenta o disminuye, el olor a café y a grasa impregna el aire, me pone alerta. Mantengo los ojos bien abiertos mientras reparto— en realidad aviento— las copias que hice a todos los que necesitan un juego. Parecería difícil identificarlos entre el mar de gente que va poblando los pasillos, pero sólo hay que buscar a los más relajados, los que no parecen tener ocupación porque llegándose la hora en ellos recaen las responsabilidades. Casi me creo la idea de terminar mi tarea sin que pase alguna desgracia cuando el destino hace aparecer un charco de café en el camino con el que inevitablemente termino resbalando.

Ahí se fue mi dignidad. No sé si mi trabajo es considerado "digno", pero estar rodeada de tus compañeros que se mueren de risa, sabiendo que tan pronto te levantes vas a tener que andar con el trasero empapado de café y que te aguantarás la situación... digan lo que quieran, pero yo estoy muy lejos de esa palabra.

Y aunque sé con exactitud lo que va a suceder, me levanto y corro, mientras entrego los últimos juegos de copias que me quedan. Mis ojos encuentran los enormes números rojos que me dicen que son las 10:55 p.m. Los altavoces nos piden que tomemos nuestros lugares y sé que tendré que aguantar hasta la salida con este pantalón. 

Camino hacia mi sitio mientras observo algo diferente en los demás, ¿qué tienen ellos que no tengo yo? Mi compañero de enfrente me hace señas y se toca las orejas con insistencia, ¿las orejas? ¿Qué tenían mis orejas? Hasta que por fin lo entiendo, ¡mis audífonos! 

Tuve que volver a correr hasta mi lugar de la mesa, como pude los fui acomodando hasta que empecé a escuchar la voz de alguien. Cuando llegué de nuevo a mi sitio escuché en mi oído "3, 2, 1... showtime!" y alguien gritó en el estudio:

-Live from New York, it's Saturday night!

Bajaron las luces y no pude evitar sonreír.